La mano loca, un clásico de los juguetes
ochenteros. Un icono de la cultura retro. Un mágico artefacto cuyos
misterios, a día de hoy, todavía no han sido desentrañados.
La mano loca consistía en un pedazo de goma elástica de colores actualmente prohibidos por la ONU, probablemente radiactiva, recubierta de una sustancia pegajosa
importada desde el mismo corazón de la selva amazónica. El trozo de
goma tenía en un extremo una mano, de ahí su nombre, y en el otro, una
especie de cola de lagartija que hacía las veces de asa para agarrarla.
La cola de lagartija se partía con facilidad y ya no se regeneraba, por
lo que había que ir al quiosco a pulirte otras 25 pesetas, si querías
seguir disfrutando de tan magnífico artilugio.
Se dice que la sustancia pegajosa provenía de la piel del famoso sapo
calvo amazónico (nombre científico: bufo calvinus) que la segrega para
poder pegarse a las patas del conejo silvestre (nombre científico:
vagina pelutta) y usarlo así como medio de transporte.
Por todos es sabido, que tras varios días de uso intensivo de la mano loca, su poder de adherencia
bajaba considerablemente. Es entonces cuando entraba en juego el
refranero popular de mi casa que decía “Cuando el poder de la pega de la
mano loca veas descender, en un bol con agua y Mistol
la has de meter”. Cinco minutos dentro de aquella espumosa mezcla y
como nueva. Bueno, como nueva no, pero al menos te duraba otros cinco
minutos.
Dentro del amplio mundo de las manos, la mano loca está considerada como una especie peligrosa.
Actualmente, hay que sacarlas a pasear atadas y con un bozal en forma
de guante. Incluso, desde algunos colectivos de victimas de las manos
locas, se está demandando que sus dueños tengan que suscribir un seguro
de responsabilidad civil obligatorio. Yo en estos casos siempre digo lo
mismo: Las manos no nacen locas, las enloquecen sus dueños. Es a ellos a
los que hay que educar.
1 comentario:
Muy bueno tio! jaja y me quedé flipao con lo de radiactivo! :o
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